Montes Bocineros
Intro.
Se denominan montes bocineros (Deiadar-mendiak) a cinco cumbres del territorio de Bizkaia desde las cuales, mediante señales sonoras y luminosas, se convocaba las Juntas Generales del “Señorío de Bizkaia”, tradición que se remonta a los siglos XV y XVI.
Estos montes, repartidos estratégicamente por el territorio son: Kolitza (879 m.), en la comarca de Las Encartaciones; Ganekogorta (998 m.), sobre Bilbo; Gorbea (1.481 m.) sobre la comarca de Arratia-Nervión en el límite con Araba; Oiz (1.026 m.), sobre el Duranguesado; Lea Artibai y Urdaibai y finalmente Sollube (686 m.) sobre Bermeo, Urdaibai y el Txorierri.
Proyecto.
Cuando se abordan proyectos en los que la tradición ocupa el lugar inmediatamente anterior al significado hay que mantener la distancia precisa y concretar el momento exacto para que exista una verdadera aportación en vez de simple retórica o alardes inútiles.
Este tipo de trabajo demanda que el artista conozca la estructura cultural y sus hechos diferenciales lo bastante bien como para dibujarla con su propias herramientas; requiere conocer el uso y la costumbre para poder acceder a las historias adyacentes y ampliar su narración; y precisa del criterio estético y político que permita ofrecer actualizaciones respetuosamente viables de estas prácticas culturales. Necesita, en fin, del establecimiento de una retícula de trabajo en la que las coordenadas de espacio (distancia), tiempo (ocasión), compromiso (reflexividad) y discurso (formalización) den cuerpo al proyecto, pero sobre todo, que lo hagan necesario.
Esa y no otra es la complejidad que presenta un arte de su época. Esa es la aventura de esta pieza, que se sustenta en la red sonora que se forma con el eco de los distintos valles de Bizkaia.
Eco.
De nuevo el eco. De nuevo el eco.
Las cumbres tienen voces diferentes; las cumbres tienen bocinas distantes. ¿Son montes vocineros o son montes bocineros?
El paisaje no ha existido siempre, es un fenómeno cultural que no existe sin observador, se puede decir incluso que el paisaje como tal es una invención del arte.
Pero recurrir al paisaje para entablar relación con estos montes bocineros puede resultar inútil, no hay una panorámica, sino varias, no hay un único horizonte porque cada cima nos procura distintos puntos de vista, pero sobre todo puede resultar inútil porque la idea de paisaje está aquí superada por la de espacio sonoro. Es precisamente en la mecánica que transforma este entorno natural en espacio sonoro en donde descubrimos una práctica ancestral que sintetiza sonido, técnica y comunicación.
El paso del tiempo añade la trampa de la idealización y nos hace ver el entorno natural y sonoro como un paisaje bucólico que no solo conecta los valles, sino que nos conecta directamente con la tradición. Hay que atravesar la imagen producida por el folclore para entender que antes de que llegara el ruido del progreso, antes incluso de que se impusiera el lenguaje de las campanas, el ingenio se tomaba la libertad de tronar como lo hace la naturaleza.
La capacidad del sonido para dar forma al espacio tiene aquí una función atávica: la demarcación territorial, que nos habla de “políticas sensibles”, de percepción y de comunidad entendidas como una misma intuición.
Un manto sónico se amolda al valle y a sus habitantes. Todo lo envuelve y lo conecta.
Cada una de las cumbres emite su señal y todas juntas dan forma al mensaje, que es la convocatoria. El tiempo, la temperatura, las ondas, los ecos, los temblores, amasan la comunicación afinando el tono, y dejan al entendimiento la modulación y la armonía del significado.
De nuevo el eco.De nuevo el eco.
Perohoy la convocatoria tiene un significado especial. Se trata de reinventar las señales y producir un nuevo llamamiento. Se trata de volver a ocupar los espacios que fueron comunes para reinterpretar el sentido de “comunidad”.
Esta vez, lo que se lanza desde las cumbres son acordes desgarrados y eléctricos, gritos de rabia, sonidos graves que estremecen y que vuelven a dar sentido al eco de nuestros valles.
Arturo fito Rodriguez